Rod Schejtman y el estreno de “¡Viva la Libertad!”: una sinfonía que emocionó hasta las lágrimas en el Palacio Libertad

🎼 Rod Schejtman y el estreno de “¡Viva la Libertad!”: una sinfonía que emocionó hasta las lágrimas en el Palacio Libertad

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La nueva obra del gran Lalo Schifrin junto al argentino Rod Schejtman se estrenó anoche con la Orquesta Sinfónica Nacional. Una velada inolvidable que dejó al público con la piel erizada y el corazón en alto. Estuvimos allí y esto fue lo que vivimos.


Una noche con sabor a historia: estuve con Rod Schejtman y se viene una charla imperdible

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Todavía tengo la piel erizada. Y no, no es una exageración. Lo que vivimos anoche en el Palacio Libertad fue de esos momentos en que el alma se expande, se sacude y se emociona hasta las lágrimas. Fue una noche donde la música no solo se escuchó… se sintió. Se metió por cada poro, por cada rincón del pecho, y nos recordó por qué el arte es uno de los caminos más puros hacia lo sagrado.

La sala estaba colmada. No cabía un alfiler. Pero más que llena de gente, estaba cargada de energía. Esa vibración colectiva que se genera cuando todos sabemos que algo importante está por pasar. Y pasó.

El estreno mundial de ¡Viva la Libertad! fue una experiencia que rozó lo místico. Una sinfonía pensada para nosotros, los argentinos. Compuesta a dos almas por el maestro Lalo Schifrin, ícono internacional —sí, el mismo que creó la música de Misión Imposible, entre tantas otras joyas— y el talentoso Rod Schejtman, nuestro orgullo local que ya pisa fuerte en escenarios del mundo.

Tuve el privilegio de estar ahí. De escuchar esa obra que nació entre Los Ángeles y esta tierra nuestra, con aroma a asado, a jazmín, a lucha, a historia. Pero también tuve otro regalo: poder charlar unos minutos con Rod. Y les juro, lo que más me impactó, más allá de su capacidad inmensa como compositor, fue su humildad. Su forma de hablar desde el corazón, con verdad. Con esa luz en los ojos que tienen los que aman lo que hacen y lo comparten como quien ofrece pan recién horneado: con amor.

La Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la dirección impecable de Emmanuel Siffert, nos llevó de viaje. Primero, por un recorrido cinéfilo con piezas que nos pusieron la piel de gallina —esas de persecuciones intensas, tensión en cada compás y adrenalina musical— y luego… el plato fuerte. Lo nuevo. Lo que estábamos esperando.

¡Viva la Libertad! no es solo una composición. Es un acto de fe. Un abrazo sonoro. Una sinfonía que habla sin palabras. Que nos dice “seguimos acá”, “todavía se puede”, “todavía hay belleza”, “todavía hay música que nos eleva”.

Lalo no estuvo físicamente, pero su presencia flotaba. Nos habló desde una pantalla, desde su casa en Los Ángeles, con ternura, con nostalgia, con ese tono de los sabios que no necesitan gritar para dejar huella. Dijo que esta obra es un homenaje a la Argentina, a sus recuerdos, a sus raíces. Y a todos nos tembló un poquito el corazón.

Rod también habló. Y se le notaba la emoción, ese nudo en la garganta que a veces ni la formación académica puede disimular. Nos contó cómo fue componer al lado de su ídolo, cómo se entrelazaron el lenguaje sinfónico y el cinematográfico, cómo nació esa obra como una bandera que flamea, no en un mástil, sino en el alma.

El aplauso fue eterno. Como debía ser. Merecido. Profundo. De esos que no solo se escuchan, se sienten en el pecho. Como un gracias colectivo. Como un “esto nos hacía falta”.

Y acá va mi promesa: muy pronto van a poder escuchar a Rod en una entrevista íntima, de esas que nos gusta hacer en mi espacio, donde no se habla solo de música, sino de vida, de emociones, de caminos. Porque detrás de cada nota hay una historia. Y la de Rod con Lalo es un puente entre generaciones, entre mundos, entre corazones.

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Así que estén atentos. Porque lo que vivimos anoche fue solo el comienzo. Esto recién empieza.

La música tiene ese don. Cuando es verdadera, nos une en lo invisible. Nos conecta con lo que importa. Y aunque las palabras a veces no alcanzan, la vibración que queda en el pecho, esa sí, nos acompaña para siempre.

Nos seguimos encontrando en ese lugar mágico donde los sonidos acarician el alma.

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