Comienza una nueva semana y, con ella, la rutina agobiante de la clase media baja en Argentina. Las cuentas por pagar se acumulan, las responsabilidades aprietan y la constante batalla por mantener un nivel de vida digno se vuelve cada vez más cuesta arriba. La pregunta de mi hijo es recurrente, como un recordatorio permanente de la dura realidad: «¿Mañana hay que pagar algún servicio?». La lista es siempre la misma, una letanía de obligaciones: internet, luz, gas, agua, monotributo… Una danza interminable entre las necesidades básicas y los sueños postergados.
En medio de estas reflexiones, me invade una profunda tristeza al pensar en la abismal desigualdad que existe en nuestro país. Salir a comer, al cine o al teatro se ha convertido en un lujo inalcanzable para muchos. Un simple vaso de Coca Original o un vermú representan un privilegio, mientras que otros, sin siquiera trabajar, ostentan ropa de marca, celulares de última generación y otros bienes que para nosotros son solo anhelos distantes.
Hace poco, una experiencia me marcó a fuego. Me trajeron en patrulla desde una comisaría por una zona conocida como villa, un lugar donde ni siquiera tenían sistema para recibir denuncias. Un domingo a la mañana, me encontré con un panorama que contrastaba dramáticamente con nuestra realidad: ferias repletas de gente, canchas de fútbol impecables, niños jugando despreocupados, mujeres reunidas entre ellas , choripanes a la parrilla, piletas de lona para todos y aires acondicionados en cada casa. Una imagen de abundancia y felicidad que resaltaba aún más la dura realidad de la clase media baja.
Al salir de esa zona, el panorama era desolador: calles vacías, silencio sepulcral, almacenes cerrados, ni siquiera el aroma a comida casera llenaba el aire. La mayoría de las casas sin aire acondicionado, un lujo inalcanzable para muchos de nosotros. ¿Acaso ningún gobierno se da cuenta de esta realidad? ¿Cuándo tendremos un gobierno que piense en la clase media y en los jubilados?
Me invade la impotencia al preguntarme por qué quienes no trabajan pueden disfrutar de todo mientras nosotros, que trabajamos duro, apenas podemos pagar las cuentas. Esta pregunta me martilla la cabeza día tras día. Vivimos con la constante zozobra de ser víctimas de la delincuencia, incluso en nuestra propia casa. Salimos temprano a trabajar y no podemos evitar sentirnos vulnerables.
Se construyen centros de atención médica en las villas, pero ¿por qué no se invierte en nuestra propia zona, donde vivimos los que pagamos impuestos, luz, agua, gas, internet y hasta el colectivo completo? ¿Por qué no se prioriza la seguridad para que la clase media baja pueda vivir con tranquilidad?
Hace un tiempo organicé una vacunación gratuita en San Andrés. La gente que asistió, la clase trabajadora, nos decía con pesar que era la primera vez que se acordaban de ellos. Antes tenían que pagar en farmacias. Y esa gente, como usted y como yo, paga impuestos que otros no pagan y sostiene la economía del país.
Por eso, la frustración se apodera de mí. Anhelo un simple helado en McDonald’s, pero sé que con ese dinero puedo pagar el monotributo. Termino comiendo fruta de estación y ni hablar de ir a un café. Y al pasar por un McDonald’s, veo la fila interminable de aquellos que no trabajan o que consiguieron trabajo por fuera del sistema formal.
Es una realidad fea, decepcionante y amarga. Una realidad que nos hace sentir como la bruja del 71 o Michael Douglas en un día de furia.
La situación de la clase media baja en Argentina es compleja y multifacética. No hay respuestas fáciles ni soluciones mágicas. Sin embargo, es fundamental que las autoridades tomen conciencia de esta realidad y tomen medidas concretas para reducir la desigualdad y mejorar la calidad de vida de este sector de la población. La seguridad es un derecho fundamental, y la clase media baja también merece vivir sin miedo.
Es hora de que se nos escuche a la clase media baja de Argentina. Es hora de que se tomen medidas para que podamos vivir con dignidad y seguridad. No pedimos privilegios, solo queremos la oportunidad de progresar y tener un futuro mejor para nuestras familias.
Esta es nuestra realidad, una realidad que nos duele, nos enoja y nos moviliza a luchar por un futuro más justo y equitativo.